El Contacto Visual.
El contacto visual es más raro, y menos frecuente, de lo que nos han querido hacer pensar. Según
estudio realizado por el investigador canadiense Florence Maynard y sus colegas
de la Universidad McGill en Montreal, en una conversación entre dos
personas, ocurre poco más del 3% del tiempo. Y, además, si bien mirarse a la
cara resulta ser más frecuente, sólo alcanza el 12% de las veces. (los
participantes a menudo observaron otras características de la cara de la otra
persona, como la boca o la nariz)
Siguiendo
el pensamiento tradicional Mike Landrum, entrenador de oradores
ejecutivos y redactor de discursos en la ciudad de Nueva York, analiza la
importancia de pensar en tus ojos como receptores y transmisores de
información. En efecto, como receptores, nuestros ojos pueden captar señales
sobre el nivel de interés y comprensión de una persona de lo que está diciendo
y responder en consecuencia.
Ahora bien, aunque desde niños estamos acostumbrados a escuchar a padres y maestros decir “mírame a la cara” y/o “mírame a los ojos”, el contacto visual puede desaparecer casi por completo mientras nuestro cerebro está ocupado procesando información compleja; llegando a ser una costumbre e incluso una respuesta cultural, sin que ello implique necesariamente emociones o intenciones negativas. Se podría decir que aquello que nos han recomendado -como “buena conducta”- no es obligatorio.
Landrum, al enfatizar las diferencias culturales existentes, señala que los neoyorquinos atestados en el metro "saben que su única manera de sobrellevarlo es evitar mirar a los ojos a los demás". Y, además sabemos, que los consejos para hablar en público abogan a menudo por un contacto visual individual breve y una “mirada general” que nos permita “seguir adelante” (evitando así caer tanto en el diálogo como en el monólogo). Es bien sabido que, hacer contacto visual por tiempo prolongado podría resultar amenazante y hasta espeluznante.
Según Landrum,
“Si bien
el contacto visual directo se valora en los Estados Unidos, puede considerarse
una invasión de la privacidad en algunos lugares, por ejemplo, en los países
asiáticos. Cuando hables con tales audiencias, no te concentres en una persona
por mucho tiempo; podrías avergonzarla.”
. . .
La Afantasía.
El término
“aphantasia” fue presentado por el neurólogo Adam Zeman en 2015 y proviene de
las palabras griegas “a” (sin) y “phantasia” (imaginación). Refiere a
la incapacidad de crear imágenes mentales.
Quienes presentan
esta condición, al cerrar los ojos, no pueden visualizar imágenes a voluntad (como
si su mente “no tuviera televisión”), no pueden experimentar cualidades
sensoriales de los objetos si estos no se les presentan físicamente, pueden
tener dificultades para recordar eventos específicos de la vida diaria (por
ejemplo, realizar “retratos hablados”), pueden tener problemas para evocar
conceptos de memoria y pueden tener dificultades en habilidades sociales (por
ejemplo, sostener “contacto visual”).
La afantasía puede ser congénita, sin
que existan daños neurológicos, trastornos psicológicos o psiquiátricos, o adquirida
debido a daños cerebrales.
Así, la afantasía
puede considerarse lo opuesto a la hiperfantasía. (condición en la que se
tienen imágenes mentales extremadamente vívidas)