Al empezar a escribir,
quiero hacerlo al azar;
pues seguro sin pensar,
acabaré por coincidir,
con lo que quiero decir.
Erase una vez,
una noche encantadora;
más mi cabeza al revés,
vio de pronto a cierta hora,
ser pescada como un pez.
Tan maravillosa era,
la facha del pescador;
que por no sentir dolor,
me dispuse a la primera,
lanzarme a la ponchera.
Tal vez parezca atrevido;
pero es muy bien sabido,
según se suele decir...:
la presencia del cupido,
no se puede resistir.
Para seguir la historia,
fue necesario pensar.
Y al ver los días pasar,
sentía que me moría,
a tiempo que entristecía.
Eran días dolorosos,
aquellos en que no dormía;
más eran días hermosos,
puesto que el pensar traía,
en sueños su compañía.
Pero la incertidumbre,
crecía y me demolía.
Y yo, bajo una tenue lumbre,
luchaba, me retorcía,
esperaba el Sol, un nuevo día...
Pasaron casi dos meses,
de lucha intensa y ardiente.
Hasta llegué a temer a veces,
la presencia de otros peces,
fuera de veras doliente.
Y superada esta manía,
me dispuse a ser pescado.
Cosa por la cual temía,
ser rotundamente rechazado.
¿En el mar..., herido moriría?
Decidí ir picando despacito,
primero haciendo un rodeo,
mordisquito a mordisquito,
De pronto pienso, me veo...
El pescador distraído,
no me esperaba tan pronto.
¿Por qué seré tan tonto;
que sin pensar he mordido
y aún más, he repetido?
¡Oh, cuanto daría yo,
porque el pensador pensase,
en este pez que cayó,
bajo un triste desenlace!
¡Cuánto daría yo..., porque me amase!
Jesús Moret y Ferrer
23 de abril de 1974.
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